Día primero – 16 dic.

Lucas 1, 26-38

A los seis meses, Dios mandó al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea llamado Nazaret, donde vivía una joven llamada María; era virgen, pero estaba comprometida para casarse con un hombre llamado José, descendiente del rey David. El ángel entró en el lugar donde ella estaba, y le dijo:
—¡Salve, llena de gracia! El Señor está contigo.
María se sorprendió de estas palabras, y se preguntaba qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo:
—María, no tengas miedo, pues tú gozas del favor de Dios. Ahora vas a quedar encinta: tendrás un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será un gran hombre, al que llamarán Hijo del Dios altísimo, y Dios el Señor lo hará Rey, como a su antepasado David, para que reine por siempre sobre el pueblo de Jacob. Su reinado no tendrá fin.
María preguntó al ángel:
—¿Cómo podrá suceder esto, si no vivo con ningún hombre?
El ángel le contestó:
—El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Dios altísimo se posará sobre ti. Por eso, el niño que va a nacer será llamado Santo e Hijo de Dios. También tu parienta Isabel va a tener un hijo, a pesar de que es anciana; la que decían que no podía tener hijos, está encinta desde hace seis meses. Para Dios no hay nada imposible.
Entonces María dijo:
—Yo soy esclava del Señor; que Dios haga conmigo como me has dicho.
Con esto, el ángel se fue.

Consideraciones

María, una humilde joven de Nazaret, recibe la visita del Ángel Gabriel, quien le anuncia que ella dará a luz a Jesús, el hijo de Dios. María no puede dar crédito a lo que escucha, pero su fe y amor a Dios la ayudan a aceptar su voluntad.

Con la aceptación de María, Dios se hace un ser humano, empieza a vivir entre nosotros, se hace presente en nuestros corazones y en cada una de las personas que nos rodea. Sólo basta aceptarlo y amarlo, para sentir su inmenso amor. Amor que a la vez nos enseña a aceptar, servir, perdonar y ser mejores personas cada día. Es así como amamos a Jesús.

En este primer día de la novena, en que nos hemos reunido con el fin de preparar nuestros corazones para celebrar el nacimiento del Niño Jesús, empecemos por reconocer y aceptar la presencia de Dios entre nosotros y en cada uno de nosotros. Manifestemos nuestro amor a Dios, amando a quienes nos rodean. Es un momento que nos invita a dar, a comprender y a perdonar.